viernes, 23 de marzo de 2018

PARA LEER CONSTANTEMENTE

Educación y sociedad


La primera vez que se aplazó en la escuela, lloraba tanto que sus padres para consolarlo le compraron una bicicleta. A la segunda vez, le compraron una moto por la misma razón. Ya siendo joven, le compraron un auto para compensar que a los 17 años de edad estaba aún en primero de secundaria. Una señora solía rogar a mi madre para que su hijo se sentara en la escuela en el mismo banco que mi hermano. Cuando le preguntó a qué se debía su pedido, respondió naturalmente que era para que pueda copiarse en los exámenes. 
 En una ocasión que puse cero como nota a uno de mis estudiantes de la universidad, su madre pidió llorando que no  lo aplace. Algunas autoridades universitarias desfilaron por mi oficina con el mismo pedido y se rompían la cabeza para encontrar estrategias que me hicieran cambiar de opinión. El estudiante de marras era dirigente universitario y las autoridades necesitaban su apoyo para las elecciones. 

 En una universidad privada me advirtieron que no era conveniente aplazar a los estudiantes porque ello implicaba un perjuicio económico para la institución. Casi se podría decir que están institucionalizados los contubernios entre algunos profesores y alumnos, donde los primeros conceden notas y los segundos socapan sus actos de corrupción y les ayudan a montar estructuras de “poder” dentro de la institución educativa.

En ese contexto social, caracterizado por el poco esfuerzo para todo, es muy difícil que se pueda mejorar la calidad de la educación incluso con buenos maestros y programas.

Hay una cierta condescendencia social para los flojos. En los países asiáticos es considerado una ignominia tener hijos holgazanes con pobres resultados en las escuelas y universidades. Ese comportamiento social explica el éxito que tienen en educación. En Bolivia la falta de esfuerzo parece normal; la sociedad no valora la educación y no pide esfuerzos para mejorarla.

 Para muchas familias, la escuela es equivalente a una guardería donde depositan a sus hijos cuando van a trabajar y la universidad es una especie de imprenta, donde, con un esfuerzo mínimo, se obtiene un diploma que habilita trabajar como funcionario público. Pocas familias esperan que los centros educativos proporcionen conocimientos útiles para los jóvenes y la sociedad.

La condescendencia con relación al poco esfuerzo destruye la autoestima de los estudiantes, quienes terminan por creer que su fracaso escolar o académico se debe a sus escasas capacidades de aprendizaje y no a su falta de dedicación. Con ello, se les acaba el mundo prematuramente.

La consecuencia lógica de las reflexiones precedentes es que para mejorar el nivel de conocimientos en Bolivia la política educativa debe salir de las escuelas para irradiar en toda la sociedad. Los niños y jóvenes mostraran interés por aprender sólo si se desenvuelven en un medio familiar y social que haga lo mismo. 

 A nivel de las familias, se espera que sus miembros adultos lean libros, periódicos o revistas con alguna frecuencia y que en cada casa haya estantes con material de lectura. En el lugar de trabajo se espera que los empleados que muestran esfuerzo y capacidad de aprender sean particularmente premiados. Fukuyama dice que una de las necesidades del hombre es el reconocimiento social a su esfuerzo. Faltándonos eso, es necesario promocionarlo.

Hoy, como nunca en la historia tenemos la posibilidad de acceder fácilmente al conocimiento y sin costo alguno. Esta facilidad está proporcionada por los múltiples sitios web de internet. No cuestan nada y ofrecen información y conocimientos de gran calidad. Todos los jóvenes de medio urbano pueden acceder al internet, pero, lastimosamente, la mayor parte lo hace sólo para conversar con amigos y escuchar música.

 El interés para acumular conocimientos o por estar informado sobre lo que ocurre en el mundo es muy pequeño. Por supuesto que hay excepciones y los jóvenes que utilizan el internet para mejorar sus conocimientos obtienen excelentes resultados académicos. Algún día mejoraremos el nivel educativo de Bolivia, pero todo indica que un paso previo para ello es interesar a la sociedad en la educación, convencerla que el logro de todo objetivo requiere esfuerzo y que no es bueno consentir a los perezosos.
 
 Rolando Morales Anaya es economista.

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